Si tienes pensado cambiar las llantas de tu coche, hay varios aspectos que debes tener en cuenta. La elección de estos accesorios cambia mucho la estética del vehículo, pero más allá de la estética, la llantas también hacen variar su rendimiento.
Antes de elegir tus nuevas llantas tienes que asegurarte de que el perímetro de la rueda sea idéntico a la llanta de serie. Si esto no es así, será muy difícil que la ITV lo homologue y tendrás que adaptar el cuenta kilómetros. En este caso podríamos mantener el perímetro del coche reduciendo la altura del neumático. Con un neumático más estrecho (de perfil bajo), puedes montar llantas mayores.
Cuanto más grande y ancha sea una llanta, más pesada será. Este exceso de peso se multiplica por cuatro en el cubo de la rueda debido a las fuerzas giratorias haciendo que el coche pierda dinámica y capacidad de aceleración. Los materiales más habituales para las llantas son el acero y el aluminio. Aunque en competición es habitual la utilización de magnesio, por su ligereza y estabilidad.
Llantas de acero
Son las más económicas y además de ser más fáciles de limpiar. En invierno son resistentes a la sal que se esparce en caso de nieve. Pero, lo que más destaca es su robustez, por ejemplo, en caso de choques contra bordillos suelen quedar intactas. Suelen utilizarse en vehículos comerciales y coches pequeños, por motivos económicos.
Por el contrario, la estética es menos atractiva que las de aleación. El diseño cerrado hace que se refrigeren peor los frenos ya que el aire no circula de modo conveniente. Además, son más pesadas que las fabricadas con otros materiales. Pueden mostrar a menudo alabeo lateral y vertical, que puede llegar a provocar vibraciones peligrosas.
Llantas de aleación
Son más estéticas y su cambio hace que la apariencia del coche gane muchos enteros. El mayor beneficio es la ligereza, que permite al coche llevar menos masa suspendida, lo que se transforma en un mejor comportamiento. Las llantas de aleación de alta calidad, permiten ahorrar hasta diez kg respecto a las llantas de acero. También disipan mejor el calor de los frenos, lo que resulta interesante para los usuarios con una conducción muy dinámica.
En su contra, tienden a la corrosión galvánica, cuando no se toman medidas para evitarla, como la limpieza frecuente. La corrosión puede provocar fugas de aire en los neumáticos, lo que puede suponer un peligro. Son también mucho más delicadas a los golpes y no son sencillas de reparar. Por último, son más caras por lo que al tratarse de un elemento que se puede robar fácilmente, conviene extremar los cuidados.